Estos países tenían economías crecientes en aquel tiempo, por lo que los acreedores estaban dispuestos a seguir concediendo préstamos.
Entre 1975 y 1982, la deuda hispanoamericana con los bancos comerciales aumentó a una tasa anual acumulativa de 20,4%.
Como gran parte de los préstamos hispanoamericanos eran a corto plazo, la crisis sobrevino cuando fue rechazada su refinanciación.
Los bancos tuvieron que reestructurar de alguna forma las deudas para evitar el pánico financiero; esto supuso nuevos préstamos con condiciones muy estrictas, así como la exigencia de que los países deudores aceptaran la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los ingresos se desplomaron; el crecimiento económico se estancó; debido a la necesidad de reducir las importaciones, el desempleo aumentó a niveles alarmantes y la inflación redujo el poder adquisitivo de las clases medias.