La primera aparición del término (crítica genética) se remonta a 1979, aparece en la portada de una compilación publicada por el crítico Louis Hay, conocido actualmente como uno de los estudiosos más influyentes en este ámbito.
Por lo tanto, la crítica genética nació en Francia, en un contexto histórico dominado por la lucha entre los antiguos y los modernos en el ámbito lingüístico.
Se establecieron dos corrientes diferenciadas en el ámbito de estudio, por un lado, los que acercaban la crítica genética a la filología, y por otro, los que la veían más bien heredera del estructuralismo triunfante.
Pero, esta ausencia de tradición filológica es la que hizo posible el nacimiento de la crítica genética en Francia, y esta misma singularidad histórica explica que en países de sólida tradición filológica (Italia, Alemania, Bélgica y ciertamente España y Portugal) la crítica genética haya encontrado durante mucho tiempo respuestas escépticas o perplejas[1] También se pueden diferenciar estas dos posiciones en la confrontación entre los estudios genéticos franceses e italianos.
Esta diferente posición teórica se ve reflejada en la nomenclatura adoptada por las dos escuelas.
Esta cuestión se considera como un punto esencial y que va más allá de un simple debate terminológico, debido a concepciones contrapuestas de conceptos clave del estudio genético.
Como una antecedente claro a esta labor filológica Élida Lois apunta:Con los archivos de la memoria se había iniciado la tarea filológica en Occidente desde que Pisístrato encomendó registrar los poemas homéricos fijando textos que circulaban en versiones orales muy diferentes.
[4]Esta anotación nos hace pensar que el nacimiento, rebatible filológico, de la crítica genética se remonta muchos siglos atrás.
La idea del estudio general de los procesos creadores surgió gracias a esta transversalidad, cuya progresiva generalización derivó, a continuación, en el interés por la pintura, la arquitectura, la historia de las ciencias y, más tarde, la música.
En concreto, ha mantenido siempre un diálogo enriquecedor con la psicología cognitiva y ha buscado en la informática tanto metodologías como herramientas de estudio y conceptos operacionales, como, por ejemplo, la noción de hipertexto.
La reproducción de un manuscrito permite tomar contacto con los rasgos reveladores que el aparato crítico no consigna, tales como bloques de escritura, trazos reveladores, gráficos, mapas, dibujos, etc.
Es imprescindible que este marco informativo incluya la consideración de documentos paratextuales: peritexto y epitextos.
Para una edición genética lo que los archivos albergan son documentos o, mejor, secuencias de documentos que contienen sugerente información de muy distintos órdenes; pero al editor sobre todo le deberá preocupar conseguir con su trabajo dar acceso a la comprensión de los diferentes estadios compositivos que conforman el proceso genético subyacente en esos documentos.
El taller del poeta se enmarca como el pionero en los estudios de crítica genética en el ámbito español, de clara inspiración francesa, Javier Blasco se servía del concepto de archivo genético para dar nombre a todos aquellos materiales que formaban parte del proceso creativo que precedía a la aparición del poema, utilizando este término como equivalente al de dossier génétique francés.
El archivo genético se presentaba en la Poética de la escritura como un escenario con extraordinarias posibilidades para muy diversos enfoques críticos, desde la filología a la psicología, pasando por aspectos importantes tales como la documentación de la relación entre la escritura y la lectura, o la participación del autor en el proceso tipográfico.
Su obra se resume en una crítica constante por denunciar aquellos estudiosos que han intentado presentar un ante-texto de Juan Ramón Jiménez como un texto acabado e inédito.
Por lo tanto, al convertir en texto un ante-texto, algo que solo el autor podría haber realizado y no lo hizo, por una u otra razón estaríamos engañando al lector.
De ahí las dificultades que estos materiales deberían plantear siempre a quien se aventura en su edición.
Es muy interesante estudiar las etapas progresivas de sus trabajos, pero mientras va dictando tacha las palabras una a una, o al final, rompe el papel en pedacitos con deleite, como si fuera un trabajador quitando el andamio […].