Desde la Iglesia Católica participaron el mismo Mercier, Batiffol, Hemmer, Portal, CM y el sucesor de Mercier, van Roey que cerró las conversaciones en 1927.
Van Roey se mostró menos favorable a la idea de la unidad que su predecesor y, junto a los cardenales Francis Bourne, arzobispo de Westminster, y Francis Aidan Gasquet instó al Vaticano para que retirar su apoyo,[3] en consonancia con la bula de León XIII Apostolicae Curae (1896), que había negado validez a las órdenes anglicanas y a la posterior Mortalium animos, de Pío XI (1928).
En última instancia, las conversaciones fracasaron por la firme oposición de los ultramontanos.
A pesar del fracaso de las conversaciones, algunos estudiosos consideran que son un paso crucial en la historia del ecumenismo moderno.
[1] Una amplia gama de las cuestiones que se habían abordado (la primacía de honor, la presencia real, la Eucaristía, los obispos...) prepararon las discusiones posteriores entre anglicanos y católicos, que se reinstauraron después del Concilio Vaticano II por el impulso del papa Pablo VI y del arzobispo de Canterbury Michael Ramsey y que continúan hoy con la Comisión Internacional Anglicana-Católica Romana.