El género abarca los siglos XVII, XVIII y principios del XIX.
Poco a poco se le fueron agregando rasgos cómicos hasta transformar a ese galán suelto en un arquetipo de lo risible, en una personalidad con frecuencia afeminada (como en El lindo Don Diego, obra maestra de Agustín Moreto) o propietaria de rasgos ridículos, frecuentemente emparentados con el aldeanismo provinciano.
Con el tiempo el género se transformó en la comedia de carácter neoclásica, si es que no la engendraron (las comedias de figurón españolas del Siglo de Oro, siempre en torno a un personaje ridículo central, gustaban tanto a los clasicistas franceses que las imitaron y refundieron mucho).
Los revolucionarios del Trienio Liberal (1820-1823) idearon incluso una pieza de figurón político que no podía representarse, pero se leía en los periódicos satíricos de la época, como por ejemplo El Zurriago, donde se invertían los valores descalificatorios que el poder vertía sobre los representantes del pueblo.
Ya más adelante, el paleto y palurdo figurón provinciano ha sido víctima de la hilaridad cortesana, y en tal sentido ha sido un personaje constante en el género dramático hasta el mismísimo siglo XX, como el personaje interpretado por Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, cuyo guion escribió Fernando Lázaro Carreter.