Sus límites no se corresponden con una división administrativa, sino con una demarcación histórica y agraria.
La zona oeste se caracteriza por las arribes, unos inmensos cañones por los que discurren los ríos Duero, Águeda, Huebra, Tormes y el río de las Uces.
El Abadengo, comarca algo menos lluviosa que el resto, posee una vegetación más dispersa, por lo que presenta prados más extensos donde pueden verse mucha ganadería, un paisaje perfectamente identificable como Campo Charro.
[1][4] Los asturleoneses que se instalaron en la comarca tras la reconquista, lo hicieron siguiendo el modelo repoblador gallego, es decir, fueron estableciendo muchas aldeas de pequeño tamaño y muy próximas entre sí, lo que a la larga hizo económicamente insostenibles muchas de ellas, que terminaron agotándose.
Posteriormente, ya en época romana, en el castro de Yecla se atestigua la continuidad de poblamiento humano bajo el dominio del Imperio Romano, del que habría otros restos en la zona como la calzada romana de los Mártires, en El Cubo de Don Sancho, o las numerosas inscripciones y estelas funerarias encontradas en municipios como Guadramiro, Barruecopardo o Las Uces.
Por otro lado, la comarca pasó a ser fronteriza en 1143, tras la independencia del Condado Portucalense del Reino de León, lo que motivó que los monarcas leoneses erigieran varios castillos en la zona en Vilvestre, Mieza, Aldeadávila, Masueco, Pereña, o Barruecopardo, de cara a defender la frontera leonesa de posibles ataques portugueses.
[4] Los ribereños hacían gala de una personalidad mucho más alegre y pendenciera.
La comarca de Vitigudino, reconquistada por los asturleoneses, heredó el idioma de éstos y fue dominio del mismo, en mayor o menor grado, hasta el siglo XX.
En donde durante más tiempo se conservó fue en la comarca ribereña, con dialecto propio, conocido como habla riberana.
También contribuyeron a ello el comercio, el servicio militar, la emigración y todo lo que hacía posible la relación con el exterior.
Fue recogida en el Cancionero Salmantino, recopilado por Dámaso Ledesma y publicado por la Diputación de Salamanca en 1907.
[13][14] La montaraza de Grandes, que Rosalía se llama, mandó matar al marido, por vivir engorronada.