Las colonias penales más conocidas son las que mantuvo el Imperio británico en Australia, durante los siglos XVIII y XIX, y Francia en la Guyana Francesa, durante los siglos XIX y XX.
El régimen penitenciario era siempre muy duro y a menudo incluía graves castigos físicos.
En el sistema penal colonial, los prisioneros eran deportados a lugares lejanos para disuadirlos de regresar después de que cumplieran la condena.
Las colonias penales frecuentemente estaban situadas en tierras fronterizas, especialmente en partes inhóspitas, en las que el trabajo no remunerado beneficiaba a la metrópoli cuando no había inmigración suficiente o cuando los trabajadores forzados eran más rentables.
De hecho, en ocasiones se llegó a condenar a personas por asuntos insignificantes con la intención de generar mano de obra barata.