En primer lugar era necesario fortificar considerablemente la plaza, dado su alto valor estratégico que requería un numeroso y potente contingente militar.
Había que convertir Barcelona en una pieza al servicio de la monarquía, transformándola en el principal enclave militar del reino en el Mediterráneo.
Por tanto, desde la óptica de Barcelona, estos militares no eran sus soldados, sino los del rey, un monarca al que se había enfrentado toda Cataluña.
Si en el siglo XIV era normal que la misma población de Barcelona se movilizara militarmente en situaciones de emergencia o cuando era requerida por el soberano, trescientos años más tarde tales circunstancias eran una rareza.
En segundo lugar, este incómodo statu quo hacía de Barcelona una ciudad inclinada a la revuelta, fama que le era reconocida en toda Europa.
La documentación conservada en el Archivo General de Simancas ha permitido constatar las alturas de la fortaleza: los dos baluartes enfrentados a la ciudad tenían 16,3 m desde la base del foso, mientras que los tres restantes tenían 11,2 m, ya que no tenían caballeros, elementos que permitían aumentar la potencia ofensiva.
Finalmente, la contraescarpa tenía una altura de unos 6 m, que evidentemente se correspondía a la profundidad del foso.
Diversas intervenciones arqueológicas realizadas en los últimos años han puesto al descubierto diferentes elementos que conformaban la fortaleza y que confirman las construcciones según los planos del proyecto original del siglo XVIII.
[9] A continuación se detalla una breve selección de estas intervenciones.