Frecuentemente se utiliza para tratar complicaciones de la cardiopatía isquémica (por ejemplo, mediante un baipás coronario), corregir malformaciones cardíacas congénitas, o tratar enfermedades valvulares del corazón debidas a causas diversas, como la endocarditis.
Las primeras intervenciones en el pericardio (el saco que rodea el corazón) tuvieron lugar en el siglo XIX y fueron realizadas por Francisco Romero, cirujano catalán, en la ciudad de Almería.
[1][2] Otros pioneros fueron Dominique Jean Larrey, Henry Dalton, y Daniel Hale Williams.
Practicó una abertura en la aurícula izquierda e insertó un dedo en esta cavidad para palpar y explorar la válvula mitral dañada.
Horace Smithy (1914-1948), de Charlotte, retomó la intervención gracias al trabajo del Dr. Dwight Harken del Peter Bent Brigham Hospital usando un punch para extirpar una porción de la válvula mitral.
Más tarde ese mismo año diseñó un punch para resecar la estenosis del cono arterioso, que se asocia frecuentemente a la tetralogía de Fallot.
Este puede ser abierto o no, dependiendo del tipo particular de cirugía.
El año siguiente el cirujano soviético Aleksandr Aleksandrovich Vishnevskiy dirigió la primera cirugía cardíaca con anestesia local.
Clarence Dennis, Karl Karlson, y Charles Fries, quienes construyeron un oxigenador con bomba elemental.
Durante ese primer año de vida se realizó la preparación y creación del instrumental médico para esa edad y el doctor Salvador Loffredo realizó en el Ecuador todos los cuidados para mantener con vida y dentro de lo posible saludable en una cuna de oxígeno a esa niña que era su hija, Sonia Loffredo Autheman.
En el grupo I se utilizó un bypass venoso arterial (femoro-femoral), para inducir la hipotermia y el recalentamiento.
En este grupo al alcanzar los 25 °C se realizó arresto cardíaco mediante la administración de solución cardioplégica.
En ambos grupos fue posible conducir a temperaturas de 25 °C sin evidenciar arritmias y con valores hemodinámicos adecuados.
En estas operaciones el corazón late durante la cirugía, pero es estabilizado para proporcionar un área de trabajo prácticamente inmóvil.
Los fármacos antifibrinolíticos impiden que se destruya un tipo de “gasa biológica” que produce el organismo humano con fibrina para taponar eficazmente las heridas y las arterias y las venas rotas, favoreciendo la formación de coágulos.
Una constelación más sutil de déficits neurológicos atribuidos al bypass cardiopulmonar es conocida como síndrome postperfusión.
Inicialmente se pensó que los síntomas de este síndrome eran permanentes,[14] pero han resultado ser transitorios, sin discapacidad neurológica irreversible.