Estaban emparentados con san Ignacio de Loyola, fundador de la Orden jesuita, como también con la familia real española, y gozaban de gran poder por sus nexos con las figuras de poder más grandes del Imperio español y la Iglesia católica, aunado a su prestigio de ser considerados los herederos legítimos del Imperio incaico tras el Tratado de Acobamba.
[1][2][3][4] Como la Corona era consciente del poder que tenía esta familia inca, y lo que podría implicar para la administración del Virreinato del Perú, los herederos de esta familia (Loyola Borja Inca) debían residir en España y ser educados en la Corte del Rey.
[5] También grandes referentes artísticos de la sociedad virreinal peruana le rendirían grandes homenajes en sus representaciones teatrales.
Por ejemplo, fray Francisco del Castillo (un poeta y dramaturgo de Piura) los vieron como un símbolo de prestigio de la nación peruana (uno de los múltiples pueblos que rendían tributo al Rey de España) para reclamar un lugar preferente entre el Imperio, en tanto que los criollos buscaban legitimar sus reclamos por medio de afirmar una identidad americana que acudiese a una cercanía con el pasado indígena.
[6] También los Jesuitas del Perú le darían muchos honores al matrimonio Loyola-Inca y Borja-Loyola Inca.