Llegó a Guatemala junto con su madre y sus dos hermanos en 1891, para reunirse con su padre, el cual se encontraba ya radicado en tierra guatemalteca desde 1888.
Formó parte de un grupo de artistas, literatos y poetas (Carlos Mérida, Rafael Rodríguez Padilla, Rafael Yela Günther, Rafael Arévalo Martínez, Carlos Wyld Ospina y los hermanos De la Riva), que laboraron en gran cohesión junto a Jaime Sabartés, catalán venido a Guatemala desde Barcelona, donde compartiera una estrecha amistad con Pablo Picasso y a quien a partir de 1935, fuera su secretario privado.
Sus constantes alteraciones visuales lo deprimían, ocasionándole estados de apatía y pesimismo.
Sus paisajes y personajes fueron obras representativas de su continua búsqueda hacia la perfección.
Ambos planificaron su viaje y decidieron embarcarse rumbo a Francia por medio de Compañía Naviera Hamburg America Line.
Mérida recuerda, a propósito, que hablaron largamente sobre el amigo en común: Sabartés.
Picasso mostró curiosidad por saber lo relativo al medio guatemalteco y a los grupos étnicos.
Hicieron relación con Georges Braque, Juan Gris, Fernand Léger, Henri Matisse, Diego Rivera, Amedeo Modigliani y Piet Mondrian.
Valenti habiendo estudiado piano en su infancia, pudo observar con mayor interés las especulaciones de Schönberg.
Nadie pudo llegar a saber del infierno de dolor y abatimiento que lo aquejaba.
Obsesionado por el diagnóstico del oculista, recurrió a una segunda consulta para recibir más opinión sobre su mal, el médico le pronosticó una ceguera absoluta, si no dejaba de forzar su vista, cuando menos durante dieciocho meses.
Carlos Mérida nada supo al respecto por la conocida introversión de Valenti, pero comentó: “Esa mañana estábamos trabajando en la escuela todos reunidos, cuando me percaté de su ausencia al no verle frente a su caballete, ante el cual se había sentado una hora antes.
Su sombrero sobre el caballete, como solía dejarlo siempre que regresábamos de la calle.
Se acentuó mi duda, ansia e incertidumbre, y me acerqué a indagar y a abrir la cortina esperanzado de poder aliviarlo en alguna súbita enfermedad, pero desgraciadamente ¡había llegado demasiado tarde!
Presumo salió a comprarla esa misma mañana al dejar el estudio.
Íbamos adelante del carro fúnebre cuatro o cinco amigos, hasta dejarlo en una tumba que no volví a visitar.
Desde nuestro arribo a la soñada urbe habría transcurrido tan sólo cinco meses”.
Así terminó la vida de Carlos Mauricio Valenti Perrillat, un artista atormentado, cuyo genio desbordó los límites impuestos por su propia naturaleza debilitada desde su infancia.
Sucumbió ante la evidencia de un fracaso, al no haber tenido el tiempo para encontrar su propio camino.