Es evidente que el devenir de la ciudad y su conversión en una gran metrópoli está indisolublemente unido a la institución de la capitalidad, pero, además de sus consecuencias metropolitanas, el hecho confiere un carácter distintivo a la ciudad, que la hace diferente al que poseen otras grandes ciudades no capitales.Mucho se ha escrito sobre las razones que movieron a Felipe II para elegir Madrid como sede permanente de la monarquía española.[cita requerida] Además de las puramente demográficas, las consecuencias morfológicas y territoriales no se hicieron esperar.Madrid se convirtió en el centro de un sistema de Reales Sitios situados en su entorno, grandes posesiones donde el monarca y su séquito pasaban largas temporadas con un ritmo bien establecido: primavera en Aranjuez, verano en La Granja, otoño en El Escorial, invierno en El Pardo.Por otro lado, la irradiación de Madrid no se circunscribió a su creciente poder político y económico, ya que se convirtió también en capital de la cultura española.