El número y tipología de los cantores e instrumentistas fue variando en función de los estilos y los tipos de institución a los que servían, atendiendo a su carácter secular o religioso y a los gastos que esta institución les dedicaba.
En las capillas vinculadas a las catedrales estas voces graves solían estar a cargo de personas del estamento eclesiástico, dado que ésta era la norma en los conventos y monasterios.
Se dieron algunos casos en los que hombres adultos cantaban como falsetistas o como castratos.
Durante el siglo XVIII en las capillas musicales de los templos de Cataluña tenía un papel especialmente destacado el organista, que no solo se encargaba de tocar el órgano en la liturgia, componer música para tocarla él mismo, improvisar en muchos momentos y enseñar a tocar estos instrumentos a los monaguillos, sino que debía sustituir al maestro de capilla cuando fuera necesario.
Con el paso del tiempo el término "capilla", o bien uno de sus equivalentes en otros idiomas, pasó a formar parte del nombre de diversas agrupaciones musicales.