Heineken, en una gira mundial por sus fábricas, visitó Curazao, en el Caribe (antiguas Antillas Holandesas),[2][3] se impresionó por el contraste entre la belleza del lugar y las playas contaminadas de desechos, entre ellos restos de botellas de su marca, y al mismo tiempo por la escasez de materiales para construir viviendas para comunidades humildes en el lugar.
[1] Encargó el diseño a N. John Habraken, un arquitecto con un fuerte sentido social en su trabajo, y un teórico de la participación colectiva.
Dos costados opuestos poseían unas protuberancias que hacían más fácil la fricción y engarzamiento de las botellas con el mortero de agarre, y tanto el cuello como la base de la botella podían complementarse para facilitar entre ellas un acoplamiento resistente.
[5] La idea era que, una vez consumida la cerveza, fuera reutilizado el “casco” a manera de ladrillo.
Se llegó a construir una pequeña cabaña en el jardín del propio Heineken en el patio trasero de su residencia privada en Noordwijk; para construir un espacio de 10 x 10 pies (aproximadamente 3 x 3 m) se necesitaban unas mil botellas.