La blasfemia (del griego βλασφημία: blasphemía, 'injuriar', y pheme, 'reputación') etimológicamente significa 'palabra ofensiva, injuriosa, contumeliosa, de escarnio', pero en su uso estricto y generalmente aceptado, se refiere a 'ofensa verbal contra la majestad divina'.
Si el juramento falso se realizaba en un juicio constituía un delito más grave: el de perjurio.
La primera normativa específica fue la del papa Gregorio IX que hacia 1250 estableció que el blasfemo fuera condenado por su obispo a permanecer en la puerta de su iglesia, sin poder entrar en ella, durante siete domingos consecutivos mientras se celebraba la misa mayor, y en el último de ellos, descalzo, sin capa y con una soga atada al cuello.
[11] En el siglo XVI el papa León X en el V Concilio de Letrán endureció las penas contra los blasfemos.
También eran reos de blasfemia los jueces seculares que no impusieran los castigos establecidos a los convictos por ese delito.
[12] En el siglo XVIII, la Ilustración europea rechazó el concepto mismo de «blasfemia» y denunció que fuera considerada un delito.