Su misión era la de fundar pueblos y evangelizar a los indígenas que habitaban dichas regiones.
En un primer momento, éstos respetaron a los indígenas reducidos en pueblos por los jesuitas y no los capturaban.
Sin embargo, los guaraníes, concentrados en pueblos y diestros en diversos oficios, representaban una mano de obra especializada altamente competente para los portugueses.
La gran mayoría de ellos murió en el traslado debido a los malos tratos propinados por los esclavistas.
Desde Buenos Aires se enviaron once españoles para organizar a las fuerzas de defensa.
Para ello se constituyó un ejército de 4200 guaraníes[10] armados con piedras, arcabuces, flechas, alfanjes y rodelas.
[3] Los indios a pie debían llevar flechas, arcos, piedras, macanas y rodelas.
Los pedreros cincuenta piedras (al menos), una docena de andas, una macana (garrote) y un cuchillo.
[15] En la ofensiva, los guaraníes no solían usar el arco porque mataba a distancia y resultaba indigno para un guerrero.
[15] El reglamento desarrollado por los jesuitas durante el siglo XVII para las defensas de los pueblos exigía que todos los indios adultos tuvieran entrenamiento y los niños empezaran a practicar a los siete años una vez al mes con hondas, arcos y lanzas.
Los jóvenes debían ser diestros en el uso de machetes o espadones anchos «que tienen el golpe más seguro».
[18] Recibieron instrucción militar de exmilitares, los Hermanos Juan Cárdenas, Antonio Bernal y Domingo Torres.
Las fuerzas defensoras estaban dirigidas por los padres Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, Juan de Porras, José Domenech, Miguel Gómez, Domingo Suárez.
Las características del terrero y el recodo que forma el arroyo Mbororé hacían de este sitio un lugar ideal para la defensa.
Entonces una pequeña partida misionera se estableció nuevamente en el Acaraguá en misión de observación y centinela.
Alejados los paulistas, los guaraníes procedieron a destruir todo aquello que pudiera servir de abastecimiento en Acaraguá y se replegaron hacia Mbororé.
Sesenta canoas con 57 arcabuces y mosquetes, comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, los esperaban en el arroyo Mbororé.
Un grupo de bandeirantes logró ganar tierra y se replegó hacia Acaraguá, donde levantaron una empalizada.
Los bandeirantes intentaron huir del asedio guaraní remontando en sus balsas y canoas el río Uruguay.
Ante esta situación, los portugueses decidieron retroceder hacia el Acaraguá para ganar la margen derecha del río y así poder escapar de los guaraníes.
Del contingente inicial que salió de San Pablo, sólo lograron volver unos cuantos.