Fue el último choque de la Tercera Cruzada; después Saladino y Ricardo acordaron un armisticio.
El ejército retomó luego su avance y alcanzó Beit Nuba, a tan solo diecinueve kilómetros de Jerusalén.
El ejército cruzado avanzó nuevamente hacia Jerusalén y llegó hasta las cercanías de la ciudad, pero las disensiones entre sus jefes determinaron que por segunda vez se retirase.
Habiéndose percatado de que Jerusalén no podría defenderse incluso si fuese conquistada, empezó a retirar sus fuerzas del territorio.
La guarnición se batió con denuedo a pesar de la sorpresa por el inesperado ataque, pero finalmente tuvo que ceder ante el empuje enemigo.
[4] Ricardo aprestó un pequeño ejército, que incluyó un contingente notable de marineros italianos, y se apresuró a marchar al sur.
[5] Sin descalzarse los chanclos marineros, el rey se lanzó al mar y nadó hasta la playa.
[6] El ejército musulmán empezó a desbaratarse ante la repentina acometida de Ricardo; temía que las fuerzas del rey no fuesen sino la vanguardia de un ejército mucho mayor que acudía a socorrer la plaza.
En todos los casos, evitó chocar con la línea cruzada, que esperaba en vano se desbaratase ante la vista de la caballería a la carga.
Las bajas sufridas por las flechas y la imposibilidad de quebrar la línea enemiga desanimaron a los jinetes musulmanes, cuyos caballos estaban agotados por la acción continua.
[11][12][13][14] Mientras se libraba la batalla, un grupo de soldados ayubíes flanqueó al ejército cruzado y entró en Jafa.
Los marineros genoveses que debían guardar las puertas apenas resistieron al enemigo y se retiraron a sus barcos.
Al alcanzarla Saladino ordenó reforzar las defensas, por si Ricardo decidía marchar contra ella de nuevo.