Ballesteros de Calatrava

El capitán Cándido Herrera Navarrete, famoso por sus hazañas en la Guerra del Rif (1911-1927), nació en esta localidad en el año 1900.

La comarca posee un gran interés geomorfológico y paisajístico por su relieve volcánico.

Existen aparatos volcánicos denominados “maares” o cráteres explosivos que tienen en su interior conjuntos lacustres de gran interés ecológico.

Los materiales son muy homogéneos con productos ultrabásicos y básicos alcalinos distribuidos en bandas.

En su término municipal son frecuentes los vestigios arqueológicos que acreditan el poblamiento de sus tierras desde la Edad del Bronce.

Varios son los yacimientos detectados y conocidos aunque nunca se haya procedido a las excavaciones metódicas que su interés reclama.

Otras han sido halladas en el sitio llamado la Halconera y extramuros de la población, en el Paluzar.

También hay restos en el Castillejo, cerro Lucero, Peña el Miradero y el Hituro.

El asentamiento de los calatravos transformó la antigua fortaleza musulmana en un castillo convento.

La Orden de Calatrava se funda en 1158 para expulsar a los invasores del territorio y para propiciar su repoblación.

En su primera etapa de funcionamiento terminará con la muerte del último maestre en 1487.

Cada encomienda estuvo en su origen establecida sobre un castillo cuyo mantenimiento era su principal carga económica y la razón de ser de su fundación, pero paralelamente tenía que velar por la iglesia y su culto, ya que en su proximidad se iba formando la población.

La Orden se organizaba en su estructura con las cinco dignidades y veintisiete encomiendas.

Con el tiempo el castillo es sustituido por la casa-encomienda construida en el interior del pueblo y la ermita reemplazada por la iglesia.

Al principio, los comendadores residían en su encomienda; y cuando la costumbre fue decayendo, se les obligó a vivir en la misma cuatro meses al año, imponiéndoseles sanciones, de no cumplirlo, a no ser, que por cierto período, estuviesen exentos a causa de alguna misión que les hubiera sido encomendada.

La encomienda tenía rentas que procedían de los diezmos que recaían sobre todo lo cosechado y producido por la ganadería, las primicias, dehesas, sernas, censos, rentas y juros.

Debían, pues, reunir en su estructura un cuádruple aspecto: palacio con sus implicaciones de carácter militar, sede administrativa y, al mismo tiempo, contar con almacenes para recoger el grano, vino y ganadería de la encomienda.

En el primer aspecto se requería dignidad en su arquitectura en la que la torre debía cumplir con el cometido de dar nobleza y prestancia al conjunto.

Parte de las rentas obtenidas deben emplearse en la conservación y mantenimiento del edificio.

Dado el carácter práctico de la construcción, la casa se construía de mampostería, con el empleo del ladrillo y la cantería para zonas nobles como la portada…” La construcción suele tener un aspecto cerrado al exterior.

Las casas de dos plantas se organizaban en torno a un patio central.

En la planta baja se localiza la cocina con sus correspondientes despensas que no siempre están a su lado.

Las casas tienen uno o varios corrales que dan acceso a los establos.

Hay almacenes para el vino incluyendo a veces un lagar para el trigo, cebada, paja y otro para el pan.

Estos donatarios, padre e hijo pertenecían al linaje del primer señor de Meneses.

El Índice Geográfico del territorio de las Órdenes en 1772 únicamente señala en “Vallesteros” la existencia de la Fuente del retamal, el Diccionario de Miñano indica que tenían 109 vecinos y 425 habitantes, parroquia y pósito, existiendo en su término una granja, el de Pascual Madoz (1845-1850) señala que tenía “140 casas, otra para el ayuntamiento y cárcel que forman una plaza y varias calles del buen piso”.

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