El autillo, junto con los autos de fe particulares (desarrollados en los templos y a los que sólo asistían los condenados y el juez civil), se generalizó en el siglo XVIII, en sustitución del auto de fe general celebrado en la plaza pública o en una iglesia, y al que se animaba a asistir a todo el pueblo para que presenciara la infamia que comportaba la herejía y para que reafirmara solemnemente su fe católica.
[2] El autillo se desarrollaba en los locales de la Inquisición y solo asistían las personas convocadas por la Inquisición, con la finalidad, la mayoría de las veces, de «que escarmentaran en cabeza ajena lo que pudiesen temer igual suerte», según Joaquín Lorenzo Villanueva, buen conocedor de la Inquisición.
La Inquisición lo declaró «convicto, hereje, infame y miembro podrido de la religión» y lo condenó a la pena de destierro, a la reclusión por ocho años en un convento, la confiscación de sus bienes y a la inhabilitación para desempeñar un cargo público, que se extendió a sus descendientes.
Tuvo lugar en Sevilla en 1781 y en el mismo una mujer fue condenada a muerte por fingir revelaciones divinas y por mantener relaciones sexuales con sus sucesivos confesores (uno de los cuales fue quien la delató, por lo que fue condenado por el delito de solicitación).
Terminado el auto de fe fue relajada al brazo secular y luego estrangulada con garrote vil y quemada en la hoguera.