Siguieron El niño perdido (1840) y La hija de Cervantes (1843, en prosa).
Frecuentó las tertulias madrileñas y está retratado entre los famosos poetas románticos del cuadro de Antonio María Esquivel.
Él mismo, según cuenta en su epistolario, mantenía una tertulia semanal en su casa.
Sin embargo la edición se interrumpió en el segundo tomo, se desconoce por qué; el caso es que tras su muerte el resto de sus trabajos sobre el tema fueron a parar gracias a su familia a manos de Marcelino Menéndez Pelayo, quien logró imprimir tres tomos más en la Colección de Bibliófilos Andaluces.
Julio Cejador, por otra parte, utilizó en sus estudios sobre Quevedo también material inédito de Fernández-Guerra.