August Weismann

Ernst Mayr lo situó como el segundo más notable teórico evolucionista del siglo XIX, detrás de Charles Darwin.

[1]​ Para su doctorado en 1856 no quiso defender su tesis con una disertación sobre la ssis del ácido hipúrico en el organismo humano.

Pero quizás su aporte más importante se da en 1892, año en el que desarrolló su teoría sobre la herencia basada en la inmortalidad del plasma germinal.

Aporta también una explicación al hecho de que las deformaciones y otras características adquiridas por un individuo por la acción del ambiente no se transmiten directamente a su descendencia, ya que el somatoplasma del cuerpo no influye en las células sexuales.

Esta actitud era una consecuencia lógica de su teoría de la continuidad del plasma germinal: si éste es «inmortal», y si es secuestrado pronto en la ontogenia, entonces la herencia lamarckiana es lógicamente imposible, pues las adaptaciones somáticas no pueden afectar al plasma germinal.