No gastaba el tiempo en juguetes de niñas, por el gran deseo que tenía de que la viesen como mujer mayor, componía altares y se inició en prácticas devocionales.Supo, además, que sus padres la destinaban a menina de la reina, todo lo cual la traía desvanecida.[8] Otra vez, en la fiesta de san Juan Evangelista, Jesús se le puso en los brazos como un cordero.[9] Otras visiones tuvo en el interior de su alma, unas veces perdidos los sentidos y otras estando en ellos —de los que desconfiaba— o en estado de trance, que no sabía explicar si era con los sentidos o sin ellos, como cuando Cristo se le representó «como quando le pintan en un lagar, o pila grande, saliéndole sangre de las cinco llagas», y vio que toda esa sangre iba a su corazón y que un ángel se lo sacaba y lo lavaba con aquella sangre y lo volvía luego a meter más puro que el sol.[10] En otras ocasiones era santa Inés quien se le aparecía, o el coro de los mártires encabezado por san Lorenzo.Con todo esto el monasterio andaba revuelto y a finales de 1619, cuenta, una religiosa, porque así se lo había mandado un crucifijo, le dijo a la abadesa perpetua, que era su tía Ana de Austria, que debía ser conjurada.[13] Continuamente veía al demonio, que en una ocasión intentó arrojarla por un balcón —y fue salvada por su ángel de la guarda— o lo ve esparciendo fuego por el monasterio.En 1623 una comisión la examinó por los estigmas y éxtasis que decía recibir cada viernes, condenando sus afirmaciones.En su sentencia, declarada ilusa, lo primero que establecieron los examinadores, consultado el padre Luis de la Puente, fue que se le quitase el confesor y buscase otro con mayor experiencia, más letrado, más espiritual, «y sobre todo, rígido».Una nueva publicación en Madrid, en 1848, atribuía ya una parte de esos diálogos a Antonia Jacinta, asignando todavía el segundo al carmelita.