El sentimiento contra la Iglesia Católica y sus seguidores, que fue prominente en Gran Bretaña desde los tiempos de la Reforma Inglesa en adelante, fue exportado a los Estados Unidos.
Los colonizadores británicos, que en su mayoría eran protestantes, se oponían tanto a la Iglesia católica como a la Iglesia de Inglaterra, esta última por considerarla poco reformada, al perpetuar en buena medida la doctrina y las prácticas católicas.
La animosidad anticatólica en los Estados Unidos alcanzó un punto máximo en el siglo XIX cuando la población protestante comenzó a alarmarse con la llegada masiva de inmigrantes católicos.
Para disipar los temores de que su religión pudiese perjudicar sus ambiciones presidenciales Kennedy hizo la siguiente declaración:
Kennedy prometió respetar la separación Iglesia-Estado y que no permitiría a funcionarios católicos dictar la política pública por él.