La angustia (etimología: del indoeuropeo anghu-, moderación, relacionado con la palabra alemana Angst) es un estado afectivo que se caracteriza por aparecer como reacción ante un peligro desconocido o impresión.
En el sentido y uso vulgares, se lo hace equivalente a ansiedad extrema o miedo.
En todos estos casos la pregunta es ¿A qué se le tiene “miedo” en la angustia neurótica?.
Impotente como lo fue en el momento del nacimiento; se ha repetido entonces la situación de peligro.
El contenido del peligro se desplaza de esta situación económica a su condición: la pérdida del objeto (pues es este objeto el que puede poner término al peligro).
La ausencia de la madre genera angustia, porque luego podría devenir un peligro mayor, el verdadero.
Es en este momento que la angustia deviene producción deliberada como señal de peligro.
El contenido de las situaciones de peligro se irá mudando así a lo largo del desarrollo libidinal y desemboca en la angustia social, aunque el Yo puede mantenerlas lado a lado.
Vemos cómo Freud logra así una mayor consistencia en su segunda teoría sobre la angustia, que sobreviene a mediados de la década del veinte.
El lector debe tener en cuenta la dificultad de comprender un concepto de esta naturaleza, que sustenta y se sustenta en otros conceptos psicoanalíticos tan importantes (como represión, libido, pulsión, Ello, Yo, Superyó, Edipo, Principios de la vida anímica, etc.), si desconoce los principales nodos teóricos del Psicoanálisis.
Además, esta teoría sostenía que el hombre melancólico padecía de un silbido en la oreja izquierda y, por este motivo, las más antiguas representaciones del melancólico muestran a un hombre cubriéndose su oreja con la mano.
Es entonces cuando la melancolía comienza considerarse un pecado que asolaba a los hombres religiosos recluidos en abadías y los amenazaba con el más letal de los vicios: la muerte del alma.
El melancólico se retraía de su fin divino no porque lo olvidara o dejara de desearlo, sino porque no deseaba la vía que conducía a la salvación, a Dios, vía que lo mostraba claramente inalcanzable.
Desde una perspectiva cristiana, Kierkegaard (1813-1855) relaciona la angustia con la inocencia, la ignorancia y el pecado.
También es posible referirnos a Freud (1856-1939) desde una mirada filosófica ya que, en su obra Duelo y melancolía explica que tanto la melancolía como la aflicción se refieren a la reacción de un sujeto frente a la pérdida o muerte de un objeto o de una abstracción equivalente (patria, libertad, etc.) Poseen un similar comienzo: un sujeto examina la realidad y nota que el objeto amado no está en ella.
En Ser y Tiempo, Heidegger explica que la angustia es un estado de caída del Dasein, un estado de cerrado que no es algo negativo, sino todo lo contrario: es su modo inmediato de ser, en el que él se mueve ordinariamente, es un momento necesario en el que la angustia le hará patente su estar vuelto hacia el más propio poder ser, le revela su libertad para escogerse y tomarse a sí mismo entre manos.
La angustia originaria reprimida en el Dasein está adormecida en la cotidianidad y puede despertar en cualquier momento, sin necesidad de un acontecimiento extraordinario o de algún artilugio humano que le traslade a ella.
Así es como emergerá de lo oculto la pregunta por el sentido del ser.