El primer hijo de la pareja murió al nacer y poco después falleció María.
Gracias a un expediente que se le instruyó una vez muerto, se sabe que fue un hombre interesado culturalmente en temas históricos, literarios, en los fenómenos de la naturaleza y el interés por los idiomas (francés, inglés, latín...).
Pero por lo que realmente ha pasado a la historia fue por su gran labor como benefactor de Nueva Orleáns.
Entre ellos están: Por todas estas actividades, en 1796 el rey Carlos IV le hizo caballero de la Orden de Carlos III, dignidad con la que la monarquía española premiaba a los personajes más notables del reino.
Andrés Almonaster y Rojas murió en Nueva Orleans en 1798, siendo enterrado por un privilegio concedido por Carlos IV en el interior de la catedral de San Luis, al pie del altar dedicado a Nuestra Señora del Rosario, bajo una lápida con su epitafio.