Golovín inicialmente estudió arquitectura, y luego se cambió a la pintura.
[1] En 1901, se trasladó a la región de San Petersburgo desde Moscú.
Después de la Revolución Rusa de 1917, Golovín encontró cada vez menos trabajo en el teatro, y así regresó a la pintura y la ilustración gráfica.
Definidos por sus contemporáneos como "poemas realizados en tejidos", los figurines de Golovín son ejemplares no solo por su calidad artística, precisión en los detalles y conocimiento profundo de las épocas, sino también por la extraordinaria claridad en la expresión.
Maestro del color, texturas y acabados, Golovín era capaz de diseñar varias propuestas para un solo montaje, cualquier cantidad de atrezzo y unos diez trajes por cada personaje.