Como poeta, sus obras son Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo.
[1] A los seis años su madre lo lleva a Guadalajara, Jalisco junto con sus hermanos Luis y Juan, donde terminarían sus estudios de primaria y secundaria en el Colegio Manuel López Cotilla.
[4][5] En ese período Chumacero sufrió de pobreza (vivía junto con cuatro personas en un espacio de 5 metros por 5 metros y dormía en el suelo), pero también fue una etapa de enriquecimiento cultural, ya que tenía tiempo para leer las obras que le interesaban, como por ejemplo Salvador Novo, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen.
[4] Chumacero fue descrito por muchos de sus conocidos como un «hombre amable, simpático y buen conversador».
Por eso nunca hice una carrera, que es el sueño de todo hombre solemne: tener éxito, poder, autoridad.
[8] El poeta Jaime Labastida dijo de Chumacero que era un hombre generoso, noble y sencillo.
Fue codirector de la revista desde el primer número que aparece en 1940 hasta 1942, junto con José Luis Martínez, Leopoldo Zea y Jorge González Durán.
[12] En 1942 Octavio G. Barreda lo invitó a colaborar en la revista Letras de México y después en El Hijo Pródigo.
Entre 1962 y 1971 colaboró con Fernando Benítez en el suplemento «La cultura en México» de la revista Siempre!.
[16] Chumacero negó haber mejorado drásticamente la obra con su corrección, limitándose a cambiar una palabra, pero el rumor de que lo hizo persiste.
[5] Los poetas que ejercieron mayor influencia en él fueron Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Luis Cernuda, Vicente Huidobro y Vicente Aleixandre, en español, mientras en otros idiomas fueron Paul Valéry, Saint-John Perse, Paul Claudel, Rilke, y T. S. Eliot.
[5] El poeta Hugo Gutiérrez Vega señaló que «la poesía de Chumacero no es plástica y en esa profundidad radica su extrañeza».
Según Vicente Quirarte, Chumacero no es solemne, aunque sí riguroso, buscando escribir versos meticulosos y tardando hasta un año en terminar un poema.