Se busca la conservación máxima del suelo, un recurso no renovable, ya que el verdadero problema de la agricultura es su pérdida y degradación.[6] La materia orgánica se relaciona con la mayoría de los procesos, por no decir con todos, que ocurren en el suelo.Está ampliamente investigado que cuando se cambia de la agricultura convencional (laboreo intenso) a la de conservación, el contenido en materia orgánica del suelo aumenta con el tiempo, con todas las consecuencias positivas que ello conlleva[7] (Giráldez et al, 1995, 2003).Cuanto menos se labra, el suelo absorbe y almacena más carbono, y por consiguiente sintetiza más materia orgánica, lo que a largo plazo aumenta su capacidad productiva, y al mismo tiempo disminuye el CO2 que se libera a la atmósfera, al no “quemarse” el carbono con el oxígeno debido al laboreo.Dejar el suelo sin su piel es la primera causa de emisiones de CO2, o sea, el suelo en vez de capturar transfiere a la atmósfera CO2 tomando el camino hacia la desertificación, a un cierto punto ya no importa cuanto llueva o se riegue, un suelo sin carbono no retiene agua.Trabajos realizados en la Vega de Carmona (Perea y Gil, 2006) ofrecen datos sobre este asunto.En el caso de lombrices, en ensayos realizados en España, en siembra directa se han alcanzado 200 individuos por metro cuadrado en los primeros 20 cm de suelo, frente a apenas 30 individuos en agricultura convencional (Cantero et al, 2004).En siembra directa, esta cifra equivale a unos 600 kg de biomasa por hectárea, casi un 700% más que en convencional.La mejora estructural y retención del suelo ya expuesta con anterioridad lleva a una mayor infiltración de agua en el perfil.No por haber agua disponible para riego hay que olvidar el ahorro de este bien escaso.