Agatángelo

[2]​ En la capital del Imperio romano se puso en contacto con la comunidad cristiana.Esto hacía que muchos infieles ―al ver su ejemplo y al escuchar sus palabras de fe en Cristo― se convirtieran.[2]​ Finalmente llegaron por segunda vez a su ciudad natal,[3]​ mientras las tierras romanas eran gobernadas por el emperador Maximino.[2]​ Según el jesuita Delehaye, en Las leyendas hagiográficas, en el Medioevo se conocía un mito que hablaba de las torturas sufridas por Clemente y Agatángelo: En los últimos interrogatorios, Agatángelo contestó al juez que se admiraba de su resistencia:[2]​ Arrestados nuevamente, fueron devueltos a Ancira, donde sufrieron torturas (lapidación).Posteriormente fueron enviados a la ciudad de Amasea, donde el procónsul Domecius era conocido por su crueldad.