Hacia el año 32 a. C. esas guerras se redujeron a un enfrentamiento entre dos poderosos aristócratas romanos y sus seguidores.
La confrontación decisiva entre Octavio y Marco Antonio se produjo en el año 31 a. C., en la costa occidental de Grecia.
Sin ella, a Octavio le resultaría imposible llevar suministros y refuerzos desde Italia o protagonizar una invasión decisiva de Egipto.
Si esta última opción salía bien, Antonio podría poner rumbo a Egipto y, tal vez, reunir otro ejército.
Aunque consiguiera alejarse con el ejército íntegro, abandonando la flota también se separaba de las legiones que todavía le eran leales en Siria y Cirenaica.
Antonio disponía de embarcaciones similares, más algunas naves más grandes, auténticas fortalezas flotantes con torres para arqueros en la proa y la popa y con cientos de soldados en sus espaciosas cubiertas.
El plan de Antonio consistía en hacerse a la mar y, en cuanto sus barcos tuviesen viento favorable, poner rumbo al sur, rodeando el Peloponeso, hasta Egipto.
Cuando le dieron alcance, Antonio ya había pasado al buque insignia de Cleopatra y los perseguidores tuvieron que alejarse.
Octavio erigió en su campamento un enorme monumento a la victoria adornado con espolones de barcos enemigos capturados.
Antonio y Cleopatra prefirieron suicidarse antes que someterse al nuevo gobernante del mundo romano.
Por un lado hay quien postula que Marco Antonio buscaba una retirada completa, pues sus naves llevaban un velamen demasiado grande, del que no se hubiese hecho uso si se preparase una batalla naval.
Según otros autores, ambas fuerzas tenían un tamaño similar de 200 naves.
William Shakespeare también narra la batalla de Accio en su tragedia Marco Antonio y Cleopatra.