El Príncipe Ígor Constantínovich y los otros prisioneros fueron llevados en carreta al lugar de su suplicio, donde fueron arrojados vivos en un pozo de mina, a cuya caída algunos sobrevivieron.
Después de un largo y peligroso viaje, asediados por los bolcheviques, los soldados blancos llegaron a la frontera con China.
Margarita de Milford Haven hizo el viaje y los reconoció.
Los cuerpos fueron enterrados en un templo la iglesia ortodoxa rusa de Pekín.
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