Entre este erudito, quien veía en esta obra una tarea útil para el perfeccionamiento del conocimiento humano y la educación pública, y las librerías, quienes no veían en este trabajo más que un negocio, surgieron frecuentes discusiones de las cuales resultó que De Gua, a quien la desgracia había hecho más susceptible y más inflexible, se desencantó de trabajar para la Cyclopaedia.
Por esta época, De Gua se vio obligado a hacer algunas traducciones para solventar sus gastos.
Para realizar adecuadamente esta traducción no bastaba la calidad exigida a un traductor ordinario, sino que se necesitaba ser muy diestro en todas las sutilezas de la más abstracta metafísica.
Hacía falta, asimismo, conocer todas las finuras filosóficas tanto del inglés como del francés para facilitar la lectura de una obra en la cual el lector es tentado fácilmente de tomar como falsas las verdades que encierra y en la que los razonamientos más correctos parecen sofismas.
mutato nomine de te fabula narratur», con la cual el traductor muestra, con una sola imagen, un sistema metafísico entero.
Tiempo después, De Gua trabajó en un proyecto consistente en una colección destinada a publicar periódicamente las obras que los eruditos quisieran incluir y aquellas que el redactor juzgara dignas de aparecer en dicha antología.
Este útil proyecto al progreso de la ciencia fue ejecutado, aunque a un nivel menos entendido en Francia e Italia.
A pesar de ello, De Gua atrajo para sí desgracias que, quizás en parte, no había merecido, al creer que aplicar sus talentos y sus muy variados y extensos conocimientos en objetivos útiles al gobierno, basado en una protección muy poderosa procurada por sus amigos, le permitiría avanzar en el camino de la fortuna, el cual estaba hasta entonces cerrado para él.
Basta con leer las memorias que encierran sus proyectos para darse cuenta de cuán extraño era para él el arte de tener éxito; en teoría lo conoció, aunque es improbable que jamás haya podido, ni querido practicarlo, al no saber engañar, parecer engañado, esperar ni sufrir.
Este gusto de De Gua por las loterías es tanto más extraño cuanto que estas le habían hecho mucho daño en su juventud, cuando ganó una suma considerable, en una circunstancia en que había intentado este recurso simplemente porque era el único que le quedaba para evitar la desgracia de regresar a su provincia natal y abandonar la capital.
Por añadidura, Gua ignoraba con cuántos hombres interesados en eliminar a un geómetra conocido por su probidad y valor podía encontrarse.
De hecho, llegó a exponer casi como predicciones conjeturas sobre algunos fenómenos meteorológicos; cuando aquellas fallaron, la opinión pública ejerció contra él una rigurosa severidad.
Esta sensibilidad, tan emocionante para un anciano cuyo talento y pobreza hacían respetable, tuvo su recompensa.