Hay gran variedad de animales en la sierra y en los montes, entre los que se encuentran los tejones, jabalíes, gatos monteses, zorros, ardillas, liebres, conejos, erizos, perdices, lechuzas, urracas, cuervos, buitres, falcónidos, diversas clases de águilas, mirlos, tordos, estorninos, gorriones, y una gran variedad de pájaros cantores y de bello colorido, culebras y víboras, peces en afluente del río Guadalope que desagua en el río Ebro.
Ya llama la atención el nombre o apellido para un mahometano, al que gustó el terreno y se afincó aquí dedicándose en solitario a la agricultura en tan inhóspitos parajes.
Es un ejemplo más de la opinión popular emanante del hito histórico que marcó la invasión sarracena que, tras una permanencia de casi 800 años en la península ibérica, eclipsó cualquier otro hecho histórico anterior.
Carlos III le otorgó a Torrevelilla la Carta Puebla con el rango de Villa Real, por lo que ostenta en su escudo la corona pertinente.
En su pasado Torrevelilla mantuvo litigios con La Codoñera por el territorio situado en la margen derecha del río Mezquín.
Durante la guerra civil española Torrevelilla fue muy castigada por la aviación y fuertemente hostigada por las fuerzas de ambos bandos, que tuvieron trincheras en las inmediaciones del pueblo.
Acabada la contienda, Regiones Devastadas construyó una nueva iglesia parroquial, un grupo de viviendas unifamiliares para agricultores, un cuartel para la Guardia Civil y dos viviendas unifamiliares para médico y maestro.
Sobre la historia del pueblo habla también el Museo Histórico de Torrevelilla: El museo se encuentra ubicado en un edificio construido en el siglo XVIII por los ricos hacendados de la población Miguel Vallés y Bárbara Sanz y que tras posteriores reformas fue donado en el año 1924 por su descendiente doña Pelegrina Vallés Vallés para colegio de monjas.
En 1970, tras la emigración, principalmente a Barcelona y Zaragoza, Torrevelilla tenía 290 habitantes.