La primera, en torno a las siglos VII y XII, está documentada con una veintena de yacimientos que se corresponden con pequeños castillos, presumiblemente ligados a sendos alfoces, y que constituyen la primera organización del territorio cántabro de índole no monacal.
Estos castillos se disponen en lugares altos, fácilmente defendibles y a menudo visibles entre sí.
[4] A partir del siglo XIII, con el progresivo aumento del poder señorial, aparecen por toda Cantabria una gran cantidad de torres, más o menos fortificadas, que cubren todo el territorio y de las que aún se conservan bastantes muestras.
Responden a un estilo gótico, en muchas ocasiones tardío, y no suelen aparecer en núcleos urbanos.
En el interior se deja un espacio abierto en el muro junto a la ventana, con un banco, cubierto por un arco rebajado.
[4] Las fortalezas señoriales mantuvieron las tipologías medievales a lo largo del siglo XVI aunque, frente a estas, las viviendas modernas conjugaron la tradición gótica de volumen cúbico, desarrollado en altura, con una mayor apertura al exterior propia de los palacios modernos.
Su evolución dará lugar en el siglo XVIII a la casona montañesa, típico ejemplo de palacio cántabro.
Lo cierto es que en 1437 Enrique IV comenzó una campaña para derribar aquellos castillos, fortalezas y casas-torre construidas sin real licencia.