Los marxistas del siglo XX le han visto como un líder en la temprana revolución burguesa contra el feudalismo y en la lucha por una sociedad sin clases.
De un conspirador hambriento de acción en complots burgueses locales, se convirtió en un Reformista que comenzó a ver el trabajo iniciado por Lutero como un cambio fundamental en la vida secular y eclesiástica y, por lo tanto, como una revolución.
[1] En los meses que siguieron, Müntzer se encontró cada vez más en desacuerdo con el canónigo Egranus, el representante local del movimiento de Wittenberg, hombre de vida disipada y pésima reputación, al que consideraba solo como reformador en apariencia.
[1] Praga era la ciudad donde los Husitas estaban firmemente establecidos y Müntzer esperaba encontrar allí un sitio seguro donde pudiera desarrollar sus ideas cada vez más anti-luteranas.
[10] Lutero empieza a aparecer como poco distanciado de los traficantes en indulgencias y traidores al espíritu[12].
Allstedt era una pequeña villa perteneciente al príncipe elector de Sajonia, con 600 habitantes, con un castillo imponente en la colina, sobre la ciudad.
Desterró las imágenes externas, pero mantuvo la música y el himno como fenómenos del espíritu para la rememoración religiosa.
Müntzer lo declaró enemigo del evangelio,[5] y escribió una carta al conde, ordenándole que olvidase su tiranía: “Tan siervo de Dios soy como vos mismo; así pues, sosegaos, ya que todo el mundo ha de compartir la paciencia, y no graznéis, pues de otro modo se os rasgará el viejo jubón (…) Te trataré mil veces más drásticamente que Lutero al Papa” [19].
Se le imputó haber organizado sociedades secretas, denunciado por algunos burgueses de Allstedt, que en su momento participaron en los desórdenes.
Esta audiencia tuvo el efecto deseado sobre los funcionarios de la ciudad, quienes retrocedieron rápidamente y retiraron su apoyo a los radicales.
En su estancia en Mühlhausen, Müntzer publicó un manuscrito terminado en Allstedt: Denunciación expresa de la fe errada del mundo infiel, un documento que refleja bien su doctrina.
Con el apoyo de Hans Hut, organizó la impresión de su panfleto anti-luterano, Apología sumamente justificada y respuesta a la carne sin espíritu que se solaza en Wittenberg[31], obra que había escrito en Allstedt y volvió a retrabajar después.
No tenemos evidencia directa de lo que Müntzer hizo en esta parte del mundo, pero debió ponerse en contacto con miembros destacados de las diversas conspiraciones rebeldes; se supone que conoció al posterior líder anabaptista Baltasar Hubmaier en Waldshut, y sabemos que estaba en Basilea en diciembre, donde se reunió con el reformista Juan Ecolampadio, y quizás con el anabaptista suizo Conrad Grebel.
[5] Así pues, es posible que como afirma Engels, Müntzer acelerase e incluso organizase la revolución desde Sajonia hasta Turingia, pasando por Francia y Suabia, hasta Alsacia y la frontera suiza, en su relación con esos territorios, donde ya brotaban las primeras llamaradas.
La hueste no tenía inferioridad numérica, pero sí en caballería, artillería y mandos con experiencia bélica, respecto a los siete príncipes que se acercaban.
Los príncipes, para evitar la lucha, hicieron disparar sus cañones contra los campesinos, cuando estos esperaban la respuesta a la tercera embajada, encomendada a ciertos aliados de la nobleza baja que no regresaron, y sin esperar las tres horas de tregua pactadas.
Su cadáver fue empalado y su cabeza clavada en una estaca a las puertas de Mühlhausen, donde se mantuvo durante años como advertencia para otros.
Melanchthon le pinta aterrado ante la muerte, pero probablemente por razones “políticas”, dada su peligrosidad para los luteranos y el poder secular.
Por su parte, Lutero se mostró inicialmente equidistante, criticando las injusticias sobre los campesinos, y la temeridad de estos al contraatacar.
Para Müntzer, Lutero había contraído méritos desenmascarando el papado y al Papa, pero reducía la conciencia a unos límites muy estrechos, centrándose en exceso en la liberación de la carne, pero no en guiar ya ni hacia el espíritu, ni hacia Dios[58].
[59] En resumen, Müntzer respetó inicialmente las ideas de Lutero, pero luego rechazó con la misma facilidad las doctrinas luteranas.
Lutero pensaba que Müntzer se movía hacia adelante demasiado rápido, y la correspondencia (ahora desaparecida) desde Wittenberg, parece haber contenido críticas explícitas a sus actividades.
Para Müntzer, era indispensable experimentar dolor y sufrimiento real, ya fuese espiritual o físico, para poder convertirse en un verdadero creyente cristiano[65].
Dios arreglaría los males del mundo (en los que incluye a los príncipes, la Iglesia católica y la Reforma luterana), en gran parte mediante la destrucción, pero con la ayuda activa de los verdaderos cristianos.
En su Sermón a los príncipes de Sajonia, Müntzer sostiene que los príncipes están al servicio del Evangelio y si actúan contra la ley divina pueden ser derrocados por el pueblo, pero no por el pueblo laico, sino por los “elegidos” que reciben la moción del Espíritu Santo.
Esta declaración ha sido citada a menudo como una evidencia del “primitivo comunismo” de Müntzer, pero no se encuentra en otros escritos y cartas.
Conclusiones: El discurso de Müntzer iba dirigido al pueblo, y tenía un carácter universal.
En las ciudades donde Müntzer estuvo activo, sus liturgias reformistas continuaron siendo utilizadas durante diez años después de su muerte[73].
[5] En el siglo XIX, Federico Engels y Karl Kautsky le reclaman como un precursor de los revolucionarios modernos.
Müntzer fue un héroe trágico, severo y con una gran energía mesiánica; exigía cosas extraordinarias, pero no ilusorias[74].