[1] Las autoridades municipales, con el alcalde Ivan Hribar a la cabeza, interpretaron la catástrofe como una oportunidad para acometer un ambicioso plan urbanístico que modernizó la ciudad y transformó su fisonomía.
[1][6] Cuando se produjo la primera sacudida, la mayoría de los habitantes estaban durmiendo.
[5] Los daños más graves se produjeron en un radio de 18 km, desde Ig hasta Vodice.
[6] En aquel entonces, Liubliana contaba con unos 31.000 habitantes y unos 1.400 edificios, de los cuales alrededor del diez por ciento resultaron dañados.
Pocos días después, llegaron a la ciudad unidades militares que empezaron a construir refugios de emergencia para las personas que se habían quedado sin hogar.
Muchos habitantes de Liubliana abandonaron la ciudad y se refugiaron con sus familiares en el campo.
Los ferrocarriles ofrecieron vagones, mientras que los más pudientes pasaron la noche en carruajes.
Otras zonas del Imperio austrohúngaro, especialmente Viena, los Países checos y Croacia-Eslavonia brindaron su ayuda.
[4][5] El desastre se interpretó por las autoridades como una oportunidad para modernizar la ciudad, y en los años siguientes Liubliana experimentó un proceso de expansión y una profunda transformación arquitectónica en el estilo de la Secesión vienesa, que hoy contrasta con los edificios anteriores de estilo barroco que aún se conservan.