Arica, donde se elevaba un fuerte artillado, quedó totalmente destruida.
Once días después, el General Don Ordoño de Aguirre, Corregidor del partido de Arica, celebró una junta con los oficiales reales de hacienda que residían en el puerto y por entre los escombros que les rodeaban, dijeron «que, por cuanto en el terremoto y creciente de mar que sucedió el miércoles pasado, 24 de noviembre, que asoló esta ciudad de Arica y el fuerte de ella y se llevó la mar la artillería, mosqueteria y municiones y con las diligencias que se han hecho ha sido hallada la dicha artillería y mosqueteria», mandaron se inventariase todo y se hiciese cargo el Tesorero.
El puerto, adonde afluía toda la plata de Potosí y de las minas altoperuanas, era siempre presa codiciada de los corsarios y, por lo tanto, convenía tenerlo siempre pronto a repeler un ataque.
Esta circunstancia explica por qué se dieran las autoridades tanta prisa en recoger las culebrinas, sacres, falconetes y arcabuces que yacían descabalgados de sus cureñas y esparcidos por la playa.
Merced a su celo y diligencia Arica volvió a recobrar su fisonomía habitual, aun cuando no habían de transcurrir once años cuando volvería a sufrir los estragos de otro terremoto devastador.