Junto a otro monje, Walter, salieron del monasterio, buscando vivir una vida más apartada.
Lo que ganaban lo gastaban en pan para el sustento y en ayudar a los pobres.
Sus padres que le creían muerto emprendieron viaje a Italia para verle.
[2] Teobaldo de Provins era considerado santo ya en vida y muchas personas de las regiones vecinas, primero en Luxemburgo y luego en Sossano, venían a buscar su consejo o recibir algún milagro.
La fama siguió inmediatamente después de muerte, al punto que el papa Alejandro II le canonizó siete años después de la misma.