Miedo
En el modelo de la psicología profunda el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto, al que hace referencia.Este sistema revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recibe a través de los sentidos, y lo hace mediante la estructura llamada amígdala cerebral, que controla las emociones básicas, como el miedo y el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro.La extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo en animales, pero esto no sucede en humanos (que a lo sumo cambian su personalidad y se vuelven más calmados), en los que el mecanismo del miedo y la agresividad es más complejo e interactúa con la corteza cerebral y otras partes del sistema límbico.[5] Este estudio demostró que la dopamina, una sustancia neurotransmisora, estimula o frena la actividad de las células nerviosas en el cerebro.Las personas con una elevada concentración de dopamina en la amígdala cerebral, área en el cerebro que participa en el procesamiento emocional, reaccionaron con más miedo y estrés que aquellas personas con una menor concentración de dicha sustancia.Cuanta más comunicación hay entre ambas regiones, menos miedo sentían las personas afectadas; en cambio, las personas en las que se produce poca comunicación entre estas regiones sienten más miedo.En la medida en que el miedo puede restar autonomía decisoria al sujeto, llega a ser un eximente de responsabilidad.Para el caso del moderno derecho continental, y en concreto para el español, por ejemplo, se establece lo siguiente: Si bien la doctrina española no aclara de forma unánime qué naturaleza jurídica tiene la eximente del miedo insuperable, es opinión generalizada que se basa en el «principio de no exigibilidad de otra conducta», y en ocasiones se vincula a la legítima defensa.La jurisprudencia del Tribunal Supremo español en ocasiones (y de manera excepcional) no acepta la eximente de miedo insuperable en ciertos delitos de acción (al entender que quien actúa lo hace habiendo superado el miedo), y no exige, en cambio, que el peligro sea real (pues puede ser imaginario) ni inminente.[8] Lo mismo ocurre en el derecho civil y en el canónico católico, en los que el defecto del consentimiento por miedo es, por ejemplo, causa de nulidad matrimonial.Así pues, el Diccionario ideológico de Julio Casares establece algunos términos asociados, como temor, recelo, aprensión, canguelo, espanto, pavor, terror, horror, fobia, susto, alarma, peligro o pánico.José Antonio Marina y Marisa López Penas, en su Diccionario de los sentimientos, analizan las relaciones que se pueden establecer entre distintos vocablos de un mismo campo semántico emocional, lo que nos permite conocer su matización y su gradación.[11] La gradación del miedo en la lengua castellana, según estos autores, comienza con el miedo intensivo, la fobia, el terror y el pavor (este último del indoeuropeo peu-, 'golpear', de donde proceden también pavura y espanto).El pánico es el miedo sin fundamento, colectivo y descontrolado (palabra derivada del nombre del dios Pan, y se refiere al miedo a los ruidos perturbadores de la naturaleza).Tras estudiar los archivos históricos, la autora muestra cómo entre 1947 y 1954 estalló un pánico colectivo ante el abuso sexual de niños,[13] pese a que los periódicos llevaban años publicando ese tipo de noticias.La literatura ha generado personajes específicos para retratar el terror y el miedo, como Drácula o el monstruo de Frankenstein.La escultura occidental, especialmente la medieval con sus interpretaciones del apocalipsis, ha elevado el miedo a categoría de arte.Un ejemplo conocido es el del pintor expresionista Edvard Munch en su emblemático cuadro El grito,[18] aunque los ejemplos se podrían multiplicar a casi todas las épocas, como en el caso del Bosco, Brueghel o las obras de Piranesi.[20] Buena parte del sistema normativo se fundamenta en el miedo, como muestra el derecho penal.En concreto, el miedo se convierte en atributo humano por causa del plan divino:Cabe destacar que ciertas religiones recurren a adoctrinar en el período de aprendizaje infantil con amenazas de sufrimiento infinito y eterno si no se cree en sus postulados y si no se cumplen sus normas.