Ambas etimologías están recogidas por San Isidoro (Etimologías 19.10.15): «Tegulae vocatae quod tegant aedes, et imbrices quod accipiant imbres.» («Se llaman tégulas porque cubren los edificios e ímbrices porque contienen las lluvias»).
Dentro de estas características generales hay numerosas variantes según alfares o regiones.
En general, oscilan (a veces con desviaciones importantes) en torno a los dos pies romanos en el lado mayor (aproximadamente 60 cm) y uno y medio (unos 45 cm) en el menor.
Se yuxtaponen por los lados mayores, de forma que cada viga da apoyo a dos tégulas.
Se solían preferir (como, por otra parte, ha ocurrido siempre) las tégulas usadas, pues sobrevivir durante años a las inclemencias del tiempo y al calor del sol era credencial más que suficiente de la buena calidad de la arcilla y la cocción.
Estas placas reciben variadas decoraciones: elementos vegetales estilizados y palmetas, cabezas de Medusa, máscaras teatrales y cualquier otro motivo que se pudiera adaptar a la forma de la antefija.
A los ímbrices corintios se sumaron los laconios, semicilíndricos o semitroncocónicos.
La arquitectura griega usaba antefijas esculpidas en piedra que representan motivos o grupos de cierta complejidad.
Se han conservado en distintos yacimientos arqueológicos tégulas con perforaciones que permiten el paso de un tubo que podría haber servido para la evacuación de humos en cocinas u otras dependencias donde se hiciera fuego.
Así, por ejemplo, en el capítulo 76 de la Lex coloniae Genetivae Iuliae, la antigua Urso, Osuna (Sevilla), se establecía lo siguiente: «Que nadie tenga en el recinto de la colonia Julia alfares de una superficie superior a trescientas tejas.» En entomología la tégula es una pequeña placa o esclerito en la base del ala anterior de algunos insectos como Orthoptera (langostas), Lepidoptera (mariposas), Hymenoptera (avispas, hormigas), Diptera (moscas) y Auchenorrhyncha.