Hay evidencia de que la soldadura se empleó hace 5 000 años en Mesopotamia.
Históricamente, la soldadura se usó para fabricar joyas, utensilios y herramientas de cocina, ensamblar vidrieras, así como otros usos.
Titanio, magnesio, hierro fundido, algunos aceros, cerámicas y grafito se pueden soldar, pero implica un proceso similar a la unión de carburos: primero se recubren con un elemento metálico adecuado que induce la unión interfacial.
Asimismo, la forma y tamaño de la punta también dependerá del trabajo a realizar.
Entre los que se pueden citar están los boratos, fluoruros, bórax, ácido bórico y los agentes mojantes.
Una vez realizado el proceso de soldado, los residuos deben limpiarse para evitar la corrosión.
Tras retirarlo es necesario aplicar un tratamiento de decapado, para eliminar los óxidos que se hayan podido formar durante la soldadura en las zonas no protegidas por el fundente.
Cuando se utiliza poca cantidad de fundente, o se han sobrecalentado las piezas, el fundente queda sobresaturado con óxidos, volviéndose generalmente de color verde o negro, siendo difícil retirarlo, para este caso será necesario sumergir la pieza en un ácido que actuará como decapante.
Sin embargo no debe formar ningún compuesto que disminuya la resistencia de la unión.
Para soldar zinc o acero galvanizado no debe estar presente el antimonio en el metal de aportación, ya que forman una combinación difícilmente fusible.
En general, el metal de aportación se va introduciendo manualmente entre las partes a unir.
Una excepción es el caso del cobre no desoxidado ya que para su soldadura es necesaria una llama oxidante o neutra.
En el momento en que el fundente esté completamente fundido, se aplicará el metal de aportación.