Al empeñar su palabra de que cumpliría sus peticiones, los amerinos regresaron sin haber visto a Sila.
Sin embargo, esta iniciativa expuso al joven Roscio a un peligro mayor, pues los conjurados se dieron cuenta de que no estarían seguros mientras aquel estuviese vivo y tramaron su muerte.
Sin embargo, Cicerón, deseoso de adquirir fama forense, vio una oportunidad y aceptó el caso.
Atacó a Crisógono con tanta vehemencia, hizo tan evidente la culpa de los acusadores y tan clara mostró la inocencia del acusado que los jueces no tuvieron otra opción que absolverlo.
Sila, además, permitió que el juicio se desarrollara sin injerencias y no intervino para apoyar a su favorito.