El proceso permaneció inconcluso muchos años y, a la muerte del rey, principal valedor de su beatificación, el proceso se canceló.
Durante la residencia en Sevilla de la corte de Carlos III, aún infante, éste conoció al afamado clérigo, y quedó impresionado por la humildad del mismo.
Aunque la borrasca en efecto sobrevino, Carlos prefirió capear el temporal que arrojar el crucifijo al mar como le había indicado Sebastián que hiciera.
Eventualmente éste le serviría para rogar la curación de una grave enfermedad que aquejaba a la infanta María Luisa.
La aflicción popular durante su entierro, en la misma iglesia de la Veracruz, fue grande.