Aquí se representa uno de los más conocidos milagros de Francisco de Borja, cuando fue llevado ante un moribundo impenitente que rechazó la extremaunción; ante su resistencia, reza y agita el crucifijo cuando se sorprende asombrado al ver que el Cristo de la imagen se lleva la mano al costado y arroja la sangre de la herida sobre el pecador, lavando su culpa aunque este muere maldiciendo mientras que unos seres grotescos, probablemente demonios, esperan para hacerse con la posesión de su alma.
Las oscuras criaturas junto a la cama están envueltas en un resplandor rojizo que sugiere el fuego del infierno.
Han sobrevivido dos bocetos previos, uno a lápiz donde se aprecia que la escena originalmente fue pensada más convencional, con el santo tranquilo y sereno y el moribundo acostado resignado, sobre ellos tres querubines y un diablo que huye, mientras el segundo al óleo es ya es muy similar a la obra final, aunque los monstruos son más aterradores y animalescos, uno de los cuales apoya las garras en la cama, donde el moribundo aparece más tenso, apretando los puños y estirando las piernas.
Pero en esta obra de Goya se va más allá llegando a lo que los contemporáneos definieron como «Lo Sublime Terrible», que el marqués de Ureña en 1785 relacionaba con la arquitectura gótica y la utilización del negro.
Así, sigue diciendo que las caricaturas de los seres del fondo reproducen «el temor».