Un día el príncipe Muhámmad al-Mutámid, hijo del rey Al-Mutádid, la vio en la calle y tan prendado quedó de su talento y hermosura, que la rescató en el acto y la hizo su esposa, con gran disgusto su padre el rey, que sin embargo, no tardó en dejarse conquistar por Romaiquía, sobre todo después de haberle dado un nieto.
Romaiquía, a pesar de su humilde cuna, supo ganarse su papel como reina, aun en una corte tan fastuosa como la de Sevilla, cuando su marido sucedió a su padre.
Esta pasión mutua se tradujo en inspirados y sentidos versos que se dirigían los dos esposos, pero de los de Romaiquía no queda más que una poesía.
Es de suponer que en su largo reinado llevara a cabo otras obras.
Destronado al-Mutámid por Yusuf, fue conducido con su esposa e hijos a una fortaleza de Agmat, en el actual Marruecos, donde se supone que murió Romaiquía, cuya desgraciada suerte fue llorada por sus contemporáneos.