Si bien las amarras podían en teoría facilitar el remolque en la eventualidad de que algún buque viera inutilizadas sus máquinas,[1] el gobierno de los buques en esas condiciones era en extremo dificultoso y demoraría la operación.
Los buques emprendieron el pasaje de Humaitá a toda máquina, con los portalones cerrados y el blindaje de los buques reforzado con bolsas de arena, tablones de madera y cadenas, y sin abrir fuego para evitar ofrecer un blanco claro a sus adversarios, que habían advertido el movimiento y encendían grandes fogatas sobre las dos orillas del río para facilitar la puntería a sus artilleros.
Pocas horas después la escuadra enfrentó el Fuerte de Timbó, aguas arriba de Humaitá, consiguiendo dañar sus baterías (12 piezas de a 68 y 32), pero sufriendo algunos daños, mínimos en el Rio Grande (6 impactos en su casco), importantes en el Tamandaré, Para y el Alagoas que había conseguido forzar solo ambos pasajes.
Sin embargo éstas se resistieron hasta colocarse bajo la protección de las baterías del Timbó, mandadas por el esforzado capitán Antonio Ortiz.
Así protegidos pudieron liberarse de caer en poder del enemigo y recostarse en la parte del Chaco; pero en tal estado que uno de los vapores se fue a pique, y el otro quedó inutilizado, lográndose salvar sus cargamentos de artillería, caballos y algunas tropas, por la costa del río".
Por su parte, el coronel Juan Crisóstomo Centurión recordaba que "Habiéndose encontrado el "Ygurey" en medio del río, lo echaron a pique, salvándose su tripulación por el Chaco".
Finalmente los asaltantes consiguieron ocupar brevemente la cubierta del Barroso hasta ser ametrallados por el Rio Grande.