En los años 1790, Francisco de Goya se había convertido en un pintor de moda, cuyos retratos eran muy solicitados, tanto por la aristocracia como por la alta burguesía madrileña.
Por su matrimonio con María Vicenta Solís Lasso de Vega, duquesa de Montellano y del Arco, estaba vinculado a la más alta nobleza española.
Amante de la pompa y el boato, su gran habilidad diplomática le granjearía la simpatía y favor de Fernando VII, que lo convertiría en duque.
El rostro apuesto y juvenil del conde de 24 años aparece enmarcado por las patillas y el sombrero bicornio.
Los tonos negros y blancos son los dominantes en la composición.