Anunciando que la rendición incondicional es aceptable ejerce, supone también una presión psicológica sobre un adversario más débil.
Tal vez la rendición incondicional más notable fue la de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial.
En el año 1863 Ambrose Burnside obligó a una incondicional entrega del Cumberland Gap y de 2300 soldados de la Confederación[1] y en el año 1864 el general Gordon Granger obligó a una rendición incondicional del Fort Morgan.
[2] El término también fue utilizado al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón se rindió a los aliados.
Tanto Winston Churchill como Iósif Stalin desaprobaron la exigencia de rendición incondicional, al igual que los funcionarios estadounidenses del más alto nivel (excepto el general Dwight D. Eisenhower).
Por ejemplo, en el sitio de Stirling durante el 1745 Rebelión Jacobita en el año 1745: "Acto seguido, envió un mensaje verbal a los magistrados, requiriendo de manera instantánea la entrega la ciudad pero a su solicitud, ellos obtuvieron hasta diez en punto del día siguiente para preparar sus mentes.