Con ello, los carmelitas, como serían llamados después los eremitas, tenían asegurada su existencia y prolongación en el tiempo, debido a una consistencia jurídica.
En 1226, el papa confirma así la Regla de san Alberto.
También insiste en el hecho de que los bienes son comunes a todos, y que ningún hermano debería tener bienes propios.
La regla de San Alberto también se basa en gran medida en la Biblia, que cita abundantemente, directa o indirectamente, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo Testamento, sin citar explícitamente estos versículos.
La Segunda y Tercera Orden Carmelita, monjas y laicos, asumen lo esencial de la Regla para adaptarlo a sus respectivas formas de vidas.