El gobierno Qing decidió retirar sus tropas, pero rechazó el reconocimiento del gobierno projaponés, que había otorgado al Ejército Imperial Japonés el derecho a expulsar al Ejército Huai chino de Corea.
Aproximadamente 3000 soldados chinas todavía permanecían en Corea y solo podían ser abastecidas por mar.
Dos días después, la flota de Beiyang sufrió una derrota decisiva en la batalla del río Yalu, y sus barcos supervivientes se retiraron a Port Arthur.
[2] El prestigio de la dinastía Qing, junto con la tradición clásica en China, sufrió un duro golpe.
La pérdida de Corea como estado tributario desató una protesta pública sin precedentes.
Como potencia emergente,[5] Japón quiso emular a las occidentales en muchos aspectos y siguiendo esta corriente, buscó tener colonias.
Por estas razones, entre otras, se decidió poner fin a la milenaria soberanía china sobre Corea.
[7] Corea había sido, por tradición, un Estado vasallo de China y continuó siéndolo durante la dinastía Qing, la misma que ejerció una gran influencia sobre los funcionarios conservadores coreanos y la familia real de la dinastía Joseon.
La opinión pública de Corea estaba dividida: mientras que los conservadores querían mantener la tradicional servidumbre hacia China, los reformistas querían establecer vínculos más estrechos con Japón y las naciones occidentales.
China, estando muy debilitada por las derrotas de las guerras del Opio en 1839 y 1856, no podía impedir la pérdida de su soberanía sobre Corea, y Japón aprovechó esta oportunidad para reemplazar la influencia china por la suya.
Existía un profundo resentimiento entre los soldados del Ejército coreano, a los que no se había pagado durante meses.
Al día siguiente, el palacio real y los cuarteles del Ejército fueron atacados.
[10] La situación se hizo cada vez más tensa y el rey de Corea solicitó el 3 de junio tropas a Li Hongzhang para aplastar la rebelión Tonghak a través del representante militar chino en Corea, el general Yuan Shikai.
Al final, fue llevado a Shanghái y asesinado por un compañero coreano llamado Hong Jong-u, en una posada japonesa ubicada en un asentamiento internacional.
El gobierno japonés indignado, tomó esto como una afrenta directa a su dignidad e importancia.
[12] Li temía tanto el poderío militar japonés como las consecuencias financieras de un enfrentamiento.
[12] Una derrota, por el contrario, tendría importantes consecuencias negativas, tanto para el prestigio del imperio como para su programa de reformas.
[13] Li, mientras, había desatendido los preparativos bélicos del país, concentrado en sus esfuerzos por lograr el arbitraje.
[9] En marzo de 1895, las fuerzas japonesas ya amenazaban la capital china, Pekín, y al mes siguiente el Gobierno chino tuvo que solicitar la paz, que incluía términos humillantes para el imperio.
[22] Asimismo, buena parte del Ejército chino no tenía valor militar alguno y constaba de unidades anticuadas; el nuevo Ejército de Beiyang contaba con unos 25 000-30 000 hombres en 1893, pero tenía dificultades financieras para crecer.
[25] En esta batalla unos 20 000 chinos se enfrentaron a una fuerza ligeramente superior de japoneses (23 800).
[9] La autonomía coreana también quedó confirmada, lo que en realidad sirvió para acrecentar la influencia japonesa en la península.