En este siglo destaca San Alonso de Orozco, agustino, místico y escritor.
[1] El cargo se mantendría, al menos hasta el siglo XIX, destacando en este momento Cirilo Alameda y Brea, franciscano, después arzobispo de Toledo.
Por su composición, la mayor parte de los predicadores provenía de órdenes religiosas y existía poca representación del clero secular.
Estaban encargados de dar sermones, cuando se les requiriera, ante el monarca, la familia real y la corte española.
El acceso al cargo solía realizarse por recomendación, aunque en la segunda mitad del siglo XVII se dieron casos de autopromoción.